miércoles, abril 17, 2013

La Cucaracha y el Libro Sagrado (relato)




A todos, en nuestros respectivos hogares, nos ha tocado muchas veces soportar las asquerosas incursiones de, al menos, una cucaracha. Observar, con suma consternación y asco, cómo se posan sobre nuestros alimentos, se meten dentro de las chancletas o las sentimos recorrer durante la noche, con exaltada velocidad de sus espinosas patitas, nuestras espaldas desnudas; dejando tras de sí una sensación puntillosa casi inolvidable.


En cierta ocasión tuve que lidiar con tan sólo una de estas alimañas, que invadió mi dormitorio y solía recorrerlo en plena oscuridad bien entrada la noche. Lo que siempre buscaba era alguna migaja de pan o, lo más necesario para ella, el agua pura y fresca en mi vaso. Por experiencia ajena aprendí a colocar unas tapas a los vasos con agua, para evitar que tanto la cucaracha como yo compartiéramos el líquido cristalino. Una vez a mi hermana, en su dormitorio, se le olvidó hacer tal cosa antes de dormir. Resulta que se despertó urgida por tomar un sorbo de agua y, en la penumbra, cogió el vaso sin vacilación llevándoselo a la boca. A parte del agua, se atragantó con una gorda cucaracha que después tuvo que vomitar. Eso me enseñó a ser precavido. Aun así, las cucarachas son tenaces y suele trepar los vasos con la esperanza que el pozo se encuentre al descubierto. 

Este maldito bichejo frecuentaba el vetusto y largo escritorio de madera pesada que alguna vez perteneció a mis hermanos mayores. Como tengo un sueño frágil, cuando el insecto pasaba por alguna bolsa en la superficie del escritorio podía escuchar como se desplazaba. Tan sólo pensar que podía llegar a mi cama era suficiente motivo para enervarme. Así que, con mucho sigilo, me incorporé, prendí la luz del cuarto y la descubrí muy cerca de mi colección de libros. Con cautela, tomé un zapato y me puse ha darle de golpes, pero la muy puta era sumamente veloz y ágil, y se me escabullía entre los libros, buscando refugio detrás del escritorio pegado a la pared. Como es muy pesado este mueble me resultaba engorroso moverlo, pues la cucaracha sabía ocultarse muy bien dentro de sus gavetas. La presencia de este desafiante bicho era parte de mis frustraciones nocturnas, sin contar el insomnio. 

Una de esas largas noches de verano, decidí prepararme debidamente para matarla de una vez por todas. Idee un plan simple: luego de que se terminó el rollo de papel toalla en la cocina, queda el tubo de cartón sobrante, muy largo; entonces decidí reciclarlo como garrote. Antes lo había predestinado para darle de golpes al perro de mi hermana, cuando esta otra sabandija peluda  (un caniche) se orina en la puerta de mi dormitorio. Retomando el tema, escuché de nuevo el movimiento del enemigo; lentamente me puse en pie, agarré el tubo de cartón, caminé sin hacer el menor ruido unos cuantos pasos hasta el interruptor de la luz. Entonces lo encendí. Gracias a la iluminación pude localizarla con rapidez, estaba a un metro de distancia, como siempre, en la superficie del viejo escritorio. El tubo me daría, sin duda, una gran ventaja, tanto en velocidad como contundencia, similar a un matamoscas. Pero me detuvo el punto exacto donde se posó la astuta cucaracha. 

Estaba sobre la portada de  LA BIBLIA DE JERUSALEN, mi traducción favorita del texto sagrado, y ella tan tranquila, moviendo plácidamente sus antenas, pues ya me había captado. No me atreví ha asestarle el golpe tal y como me lo propuse. Un movimiento en falso y la desgraciada escaparían de nuevo.  

Creo que ambos sabíamos lo que se jugaba en ese instante. La muy hijeputa parecía mofase de mí, pues su diminuta cabeza oscilante mi observaba con alegría. La situación era la siguiente:

Si ella se retiraba de la Biblia de Jerusalén, se convertiría en puré. Pero si yo la mataba sobre el libro sagrado… bueno. Tanto la cucaracha como su servidor nos quedamos quietos, cada quien con su encrucijada: salvar la vida o preservar los escrúpulos doctrinales. 

La muy descarada no daba señales de bajar del libro sagrado. 

-A ver cabrón, atrévete a liquidarme encima de esta cómoda estampa de cuero verde, dale, ¡Vamos! A que no te atreves a cometer sacrilegio ¡Ja, ja, ja! 

Esas palabras imaginé que vociferaba la insolente cucaracha, entonces, sugestionado, no pude resistir la cólera. De forma repentina se me ocurrió otra estratagema, mecánicamente, mi cuerpo resolvió darle seguimiento al instante. Mi conciencia quedó sorprendida, debo admitir. Le di una patada al escritorio por debajo, haciendo que todas las cosas encima saltarán al unísono; incluyendo a la desprevenida cucaracha.
Entonces: ¡PUM! di el garrotazo con suma fuerza cuando miré a la cucaracha caer a unos pocos centímetros del libro sagrado ¡Pero falle por poco! Sí. Lo peor, es que el tubo de cartón, debido al fuerte impacto, se doblo y ya no me sería útil. La afortunada cucaracha, en unos milisegundos, resolvió poner su vida salvo mediante un acto que pensé tan inaudito como temerario para un animal de su especie ¡Se tiró en picada desde el escritorio rumbo al piso!

En lo que iba en el aire, un pensamiento fugaz, como el rayo, me hizo entrever que, si la cucaracha tocaba el suelo, correría hasta esconderse tras las comisuras del marco de la puerta del baño, burlándose de esta manera de mí, por quinta ocasión en tres semanas consecutivas ¡Sí, ese bicho cuyo sistema nervioso podría caber en mi dedo índice, ganarle a un ser tan evolucionado como el homo sapiens! “¡Jamás!” Me dije. Y con el orgullo de mi raza, agarré algo con la mano derecha, sin perderla de vista, sólo entonces supe gracias al tacto lo que era; la cucaracha había caído al suelo, libre, y se dispuso a realizar lo que hube predicho. Entonces me dije a mi mismo, invadido por la desesperación y el automatismo iracundo: 

-“Que Dios me perdone por lo que voy hacer”.

¡Le tiré el libro sin contemplación alguna! Le cayó justó encima a la puta cucaracha que, con toda seguridad, estaba en edad para poner esos huevitos en forma de frijol, y eso me crearía miles de problemas en el futuro. Cuando ya me sentía triunfante, como esas películas de Aliens, este pequeño monstruo, gracias a su flexible exoesqueleto, empezó a asomar sus antenas y patitas por debajo del libro. Aunque no lo crea nadie ¡Pudo sobrevivir al golpe! Esto más, estaba dispuesta a salir por debajo y escaparse rumbo a la puerta ¡Cómo era posible! Pero si le quitaba el libro de encima, le haría, sin duda, un favor, huyendo con las pocas fuerzas que le quedasen y mis reflejos, ya con mucho letargo, serían insuficientes para destruirla.   

Mi enojo se transformó en furia animal. Sin miramientos, y contando con que sería la última oportunidad que tendría, le puse al libro todo el peso de mi pie de un golpe. Le di vuelta a mi talón, parado con casi todo mi cuerpo sobre el libro, hasta que, por fin, escuché el crujir de la cucaracha desmembrada. No satisfecho con eso, arrastré el libro con el pie y barrí el piso hasta ver esparcidas las sebosas entrañas del malévolo insecto. 

Un aire de júbilo lleno mis pulmones como no se lo pueden imaginar ¡Había triunfado! Y a qué precio. 

Tiré los restos de la cucaracha al patio, luego cerré la puerta del dormitorio. Fui al baño, cogí el último pedazo de papel higiénico que tenía; con eso limpié las manchas en el piso. Hasta después reparé en el libro ¡Qué bruto! Lo cogí del suelo. Su portada se embadurnó con los restos de la cucaracha, mas una que otra patita. Sin duda, el libro había salvado nuestra dignidad como especie, creí. Observé el reguero de cosas en el escritorio, la batalla duró unos segundos pero fue desastrosa. Hasta el agua en el vaso se desparramó. 

Con un sentido de agradecimiento y culpa reflexioné–“Esto no se puede quedar así, debo hacer algo para compensar mi osadía”-No tuve, según mi parecer en aquellos instantes de gloria, mas remedio que quitarme el calzoncillo y, tanto con respeto como humildad, limpié la portada del libro lo mejor que pude con el. No le quedó ni pizca de sucio, estaba tan nítido otra vez, reluciente se dirá. Mientras, me encontraba de pie, mi cuerpo cubierto sólo con la camiseta blanca que suelo emplear para dormir; no puedo hacerlo sin ella. Repasé con mis ojos el título del libro ahora legible:

Salma Rushdie-“Los Versos Satánicos”  

-“Es una obra maestra”-Pensé como para vanagloriándome de mis gustos literarios-“Mañana lo limpio como es debido”. Sonreí.  

Luego lo coloqué a la par de la Biblia de Jerusalén, que ni siquiera se había inmutado por la estruendosa lucha acaecida. Pero antes de dejar el libro y apagar la luz se me ocurrió decir en voz baja, cariñosamente:

-Gracias, Bobito.   

David Morán.
Tegucigalpa
Abril, 2013. 

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