A todos, en
nuestros respectivos hogares, nos ha tocado muchas veces soportar las
asquerosas incursiones de, al menos, una cucaracha. Observar, con suma
consternación y asco, cómo se posan sobre nuestros alimentos, se meten dentro
de las chancletas o las sentimos recorrer durante la noche, con exaltada
velocidad de sus espinosas patitas, nuestras espaldas desnudas; dejando tras de
sí una sensación puntillosa casi inolvidable.
En cierta
ocasión tuve que lidiar con tan sólo una de estas alimañas, que invadió mi
dormitorio y solía recorrerlo en plena oscuridad bien entrada la noche. Lo que
siempre buscaba era alguna migaja de pan o, lo más necesario para ella, el agua
pura y fresca en mi vaso. Por experiencia ajena aprendí a colocar unas tapas a los
vasos con agua, para evitar que tanto la cucaracha como yo compartiéramos el
líquido cristalino. Una vez a mi hermana, en su dormitorio, se le olvidó hacer
tal cosa antes de dormir. Resulta que se despertó urgida por tomar un sorbo de
agua y, en la penumbra, cogió el vaso sin vacilación llevándoselo a la boca. A
parte del agua, se atragantó con una gorda cucaracha que después tuvo que
vomitar. Eso me enseñó a ser precavido. Aun así, las cucarachas son tenaces y
suele trepar los vasos con la esperanza que el pozo se encuentre al descubierto.
Este maldito
bichejo frecuentaba el vetusto y largo escritorio de madera pesada que alguna
vez perteneció a mis hermanos mayores. Como tengo un sueño frágil, cuando el
insecto pasaba por alguna bolsa en la superficie del escritorio podía escuchar
como se desplazaba. Tan sólo pensar que podía llegar a mi cama era suficiente motivo
para enervarme. Así que, con mucho sigilo, me incorporé, prendí la luz del
cuarto y la descubrí muy cerca de mi colección de libros. Con cautela, tomé un
zapato y me puse ha darle de golpes, pero la muy puta era sumamente veloz y
ágil, y se me escabullía entre los libros, buscando refugio detrás del
escritorio pegado a la pared. Como es muy pesado este mueble me resultaba
engorroso moverlo, pues la cucaracha sabía ocultarse muy bien dentro de sus
gavetas. La presencia de este desafiante bicho era parte de mis frustraciones
nocturnas, sin contar el insomnio.
Una de esas
largas noches de verano, decidí prepararme debidamente para matarla de una vez
por todas. Idee un plan simple: luego de que se terminó el rollo de papel toalla
en la cocina, queda el tubo de cartón sobrante, muy largo; entonces decidí
reciclarlo como garrote. Antes lo había predestinado para darle de golpes al
perro de mi hermana, cuando esta otra sabandija peluda (un caniche) se orina en la puerta de mi
dormitorio. Retomando el tema, escuché de nuevo el movimiento del enemigo;
lentamente me puse en pie, agarré el tubo de cartón, caminé sin hacer el menor
ruido unos cuantos pasos hasta el interruptor de la luz. Entonces lo encendí. Gracias
a la iluminación pude localizarla con rapidez, estaba a un metro de distancia, como
siempre, en la superficie del viejo escritorio. El tubo me daría, sin duda, una
gran ventaja, tanto en velocidad como contundencia, similar a un matamoscas.
Pero me detuvo el punto exacto donde se posó la astuta cucaracha.
Estaba sobre la
portada de LA BIBLIA DE JERUSALEN, mi
traducción favorita del texto sagrado, y ella tan tranquila, moviendo
plácidamente sus antenas, pues ya me había captado. No me atreví ha asestarle
el golpe tal y como me lo propuse. Un movimiento en falso y la desgraciada
escaparían de nuevo.
Creo que ambos
sabíamos lo que se jugaba en ese instante. La muy hijeputa parecía mofase de
mí, pues su diminuta cabeza oscilante mi observaba con alegría. La situación
era la siguiente:
Si ella se retiraba
de la Biblia de Jerusalén, se convertiría en puré. Pero si yo la mataba sobre
el libro sagrado… bueno. Tanto la cucaracha como su servidor nos quedamos
quietos, cada quien con su encrucijada: salvar la vida o preservar los
escrúpulos doctrinales.
La muy descarada
no daba señales de bajar del libro sagrado.
-A ver cabrón,
atrévete a liquidarme encima de esta cómoda estampa de cuero verde, dale,
¡Vamos! A que no te atreves a cometer sacrilegio ¡Ja, ja, ja!
Esas palabras
imaginé que vociferaba la insolente cucaracha, entonces, sugestionado, no pude
resistir la cólera. De forma repentina se me ocurrió otra estratagema,
mecánicamente, mi cuerpo resolvió darle seguimiento al instante. Mi conciencia
quedó sorprendida, debo admitir. Le di una patada al escritorio por debajo,
haciendo que todas las cosas encima saltarán al unísono; incluyendo a la
desprevenida cucaracha.
Entonces: ¡PUM!
di el garrotazo con suma fuerza cuando miré a la cucaracha caer a unos pocos
centímetros del libro sagrado ¡Pero falle por poco! Sí. Lo peor, es que el tubo
de cartón, debido al fuerte impacto, se doblo y ya no me sería útil. La
afortunada cucaracha, en unos milisegundos, resolvió poner su vida salvo
mediante un acto que pensé tan inaudito como temerario para un animal de su
especie ¡Se tiró en picada desde el escritorio rumbo al piso!
En lo que iba en
el aire, un pensamiento fugaz, como el rayo, me hizo entrever que, si la
cucaracha tocaba el suelo, correría hasta esconderse tras las comisuras del
marco de la puerta del baño, burlándose de esta manera de mí, por quinta
ocasión en tres semanas consecutivas ¡Sí, ese bicho cuyo sistema nervioso
podría caber en mi dedo índice, ganarle a un ser tan evolucionado como el homo
sapiens! “¡Jamás!” Me dije. Y con el orgullo de mi raza, agarré algo con la
mano derecha, sin perderla de vista, sólo entonces supe gracias al tacto lo que
era; la cucaracha había caído al suelo, libre, y se dispuso a realizar lo que
hube predicho. Entonces me dije a mi mismo, invadido por la desesperación y el
automatismo iracundo:
-“Que Dios me
perdone por lo que voy hacer”.
¡Le tiré el
libro sin contemplación alguna! Le cayó justó encima a la puta cucaracha que,
con toda seguridad, estaba en edad para poner esos huevitos en forma de frijol,
y eso me crearía miles de problemas en el futuro. Cuando ya me sentía
triunfante, como esas películas de Aliens, este pequeño monstruo, gracias a su
flexible exoesqueleto, empezó a asomar sus antenas y patitas por debajo del
libro. Aunque no lo crea nadie ¡Pudo sobrevivir al golpe! Esto más, estaba
dispuesta a salir por debajo y escaparse rumbo a la puerta ¡Cómo era posible!
Pero si le quitaba el libro de encima, le haría, sin duda, un favor, huyendo
con las pocas fuerzas que le quedasen y mis reflejos, ya con mucho letargo, serían
insuficientes para destruirla.
Mi enojo se
transformó en furia animal. Sin miramientos, y contando con que sería la última
oportunidad que tendría, le puse al libro todo el peso de mi pie de un golpe.
Le di vuelta a mi talón, parado con casi todo mi cuerpo sobre el libro, hasta
que, por fin, escuché el crujir de la cucaracha desmembrada. No satisfecho con
eso, arrastré el libro con el pie y barrí el piso hasta ver esparcidas las
sebosas entrañas del malévolo insecto.
Un aire de
júbilo lleno mis pulmones como no se lo pueden imaginar ¡Había triunfado! Y a
qué precio.
Tiré los restos
de la cucaracha al patio, luego cerré la puerta del dormitorio. Fui al baño,
cogí el último pedazo de papel higiénico que tenía; con eso limpié las manchas
en el piso. Hasta después reparé en el libro ¡Qué bruto! Lo cogí del suelo. Su
portada se embadurnó con los restos de la cucaracha, mas una que otra patita.
Sin duda, el libro había salvado nuestra dignidad como especie, creí. Observé
el reguero de cosas en el escritorio, la batalla duró unos segundos pero fue
desastrosa. Hasta el agua en el vaso se desparramó.
Con un sentido
de agradecimiento y culpa reflexioné–“Esto no se puede quedar así, debo hacer
algo para compensar mi osadía”-No tuve, según mi parecer en aquellos instantes
de gloria, mas remedio que quitarme el calzoncillo y, tanto con respeto como
humildad, limpié la portada del libro lo mejor que pude con el. No le quedó ni
pizca de sucio, estaba tan nítido otra vez, reluciente se dirá. Mientras, me
encontraba de pie, mi cuerpo cubierto sólo con la camiseta blanca que suelo
emplear para dormir; no puedo hacerlo sin ella. Repasé con mis ojos el título
del libro ahora legible:
Salma Rushdie-“Los Versos Satánicos”
-“Es una obra maestra”-Pensé
como para vanagloriándome de mis gustos literarios-“Mañana lo limpio como es
debido”. Sonreí.
Luego lo coloqué
a la par de la Biblia de Jerusalén, que ni siquiera se había inmutado por la
estruendosa lucha acaecida. Pero antes de dejar el libro y apagar la luz se me
ocurrió decir en voz baja, cariñosamente:
-Gracias,
Bobito.
David Morán.
Tegucigalpa
Abril, 2013.
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