lunes, febrero 06, 2006

Un Naturalista


El naturalista Nicolás observó que el clima para ese día era estupendo, por lo que no vería obstaculizadas sus labores por el mal tiempo. Nicolás Estudiaba con detenimiento el comportamiento habitual de las termitas, para lo cual se trasladaba a los nidos epígeos donde pasaba horas de ardua y sutil inspección, tomando notas, fotografías, haciendo videos y realizando una que otra medición científica de rutina.

Siempre que llegaba al lugar de trabajo se sorprendía al ver como aquellos diminutos seres construían enormes fortalezas, y no podía evitar hacer algunas comparaciones con relación a la vida humana. Pensaba, por ejemplo, que su hijo mayor, Armando, un ingeniero que dirigía la construcción de la primera Torre rotatoria de la ciudad donde residan, había empleado décadas de estudio y esperado otros tantos en desarrollo tecnológico para poder llevar a cabo semejante proyecto; mientras que este largo proceso se simplificaba en unos cuantos días en el mundo de las termitas. Al igual que los montículos moldeados por esta especie del orden Isoptera, la torre rotatoria estaba diseñada para durar y suplir las necesidades de la especie que albergaría, y ambas, torre y fortaleza, tomaban en consideración un sinnúmero de detalles esenciales para optimizar las actividades vitales que dentro de cada una de ellas se llevarían a cabo. El hijo de Nicolás sabía que algún error en el diseño podría acarrear serios problemas en el futuro, por tanto era imprescindible patentizar como normativa laboral la no existencia de un margen de error. En cambio las laboriosas termitas parecían limitarse a modelar una estructura perfectamente adaptada a su necesidades y de paso –un paso fundamental- en plena armonía con el medio ambiente, sin el previo uso de algún esquema de planificación, cálculo matemático o sistema que midiese de forma racional y objetiva la calidad de la obra en construcción; Nicolás estaba conciente, como científico que era, que la habilidad constructora de las termitas podría haber sido desarrollada gracias a millones de años de desarrollo evolutivo, condesados ahí, en los diminutos cuerpos de aquellos insectos advenedizos.

Mientras preparaba el nanoexplorador que infiltraría en el nido, el investigador se acordó de su hija Maya, profesora de antropología en la universidad estatal, autora de varios libros que habían sido bien acogidos por la crítica y demás círculos intelectuales. Maya le hacía hincapié en que el conflicto de las interacciones humanas, la lucha por la jerarquizar y monopolizar del poder y su relación organizativa, a nivel general, acarrea con frecuencia choques de incompatibilidad cultural, ética y moral. En efecto, su padre atribuía este hecho a la extraordinaria versatilidad del cerebro humano, capaz de adaptarse e ir expandiendo sus capacidades con el paso del tiempo y la experiencia.

A pesar de ello, esta versatilidad natural que le permite al ser humano desarrollar pensamientos e hilvanar razonamientos en todos los niveles que expone la psicología, también podía llegar a aniquilarlo. Quizá esta distinción especial que creemos poseer con respecto a los demás seres vivientes, pensaba Nicolás, no sea el mayor legado que ha dejado la evolución en la vida terrestre, a lo sumo sería una capacidad mas de las que puedan ir surgiendo de entre tantas especies.


La noche comenzaba a despuntar en el valle, el relevo de Nicolás llegó a tiempo para sustituirlo, ya no era joven y por consiguiente debía guardar cierta cordura con respecto a las bajas de temperaturas para evitar resentir sus cansados huesos. Al abordar el todo-terreno se tomo unos instantes para ver sus fatigados ojos en el retrovisor, dedujo que el poco brillo denotaba falta de vitalidad y la pesadez de los párpados le hizo creer que tenía los años de la misma tierra encima, repentinamente se sintió lleno de vida, imaginó que éramos un simple capítulo en la vida de la tierra que pronto terminaría, un pestañeo del universo, un sueño de un Dios que sueña, y quizá, se dijo mientras arrancaba la máquina, nuestra única esperanza sea que alguien nos recuerde entre el infatigable viento cósmico que mueve este maravilloso e insondable universo.

David Morán
Tegucigalpa
Febreo de 2006

7 comentarios:

Luis Amézaga dijo...

Termitas, artistas de vanguardia.

Nadie nos recordará, ni lo sueñes, amigo Nicolás. Quizá el viajero invisible del viento cósmico nos disuelva en su viaje. Quizá.

Concha Pelayo/ AICA (de la Asociación Internacional de Críticos de Arte) dijo...

Pues yo pienso, que siempre habrá alguien que nos pensará. Si no fuera así no seríamos.

David, en el el río Duero se pescan enormes peces, de tres, cuatro y hasta 7 kilos. El domingo pasado, día en que hice las fotografías había un pescador que tenía una red con más de 20 kilos de carpas y otras especies.
El año pasado se celebró un campeonato nacional de pesca por allí mismo. Un abrazo.

Michi dijo...

Polvo somos...

Dr. Phyloel dijo...

Coincidencialmente mi personaje del último post también se llama Nicolás... sólo que "Mi Nicolas" desafortunadamente empezó a conocer la naturaleza humana de otra forma.

David Morán dijo...

Como es la vida, amigo José Alonzo, no me esperaba esto, invito a los demás a lectores de neurocosmo a conocer la historia de "tu jóven Nicolas".

Un saludos.

Concha Pelayo/ AICA (de la Asociación Internacional de Críticos de Arte) dijo...

...porque en polvo nos convertiremos....

Te envío un besazo hecho de carne de mi carne. Todavía.

Anónimo dijo...

Y por extraño que parezca, lo que nos va a destruir, lo que nos diferencia de los demás seres, y en este caso, con las termitas, es lo que nos permite estar opinando aqui.

Y aún más extraño, si esto nos va a destruir, quiero darle la bienvenida a esa destrucción.