Cerca del pueblo Las Minas quedan aún restos de piedra colonial, de suelo filibustero que siglos atrás fue fertilizado con sangre aborigen. En aquellos días, cuando las piedras eran moradas de conquistadores, los cornudos semidioses del mediterráneo, orgullosos de blandir su látigo civilizador, enterraron viva su vergüenza. La luna, resentida, quedó negra y se escuchó, bajo su manto lacrimal, a una boca escupir vilipendios contra la creación. Luego, habiendo pasado muchas cosechas, murieron los semidioses, la luna negra se revistió, sucumbieron las columnas y el azote enmudeció; con el tiempo también el dolor dejó de trozar el viento, más no la injuria, que en eco se convirtió.
Sale de su cripta, en plena noche de luna roja, el vampiro mamón, un medio-muerto medio-vivo que procuraba darle algún sentido a su lado interfecto, el cual habita sempiterno en la tierra de los mortales, así intenta olvidarse de la parte que extravió en el limbo, la que, verdaderamente, daría sentido su actual existencia. Lógicamente su naturaleza de ultratumba causaba sopor; todos le temían, era una leyenda.
Levita su sombra inmóvil por las calles desiertas de Las Minas, se aproxima con aceleración sigilosa. Entre sus largas y afiladas uñas un resquicio mentálico le abre los cerrojos de puertas, ventanas y enmudece la guardia de posibles sonidos delatores.
Entra en el aposento, sus lóbregos ojos se posan sobre la juvenil belleza femenina, misma que se somete, a pesar de su muda resistencia, a la voluntad del varón nocturno. Ante un repentino y extraño apetito se abren aquellas piernas, es cuando la pastosa boca del vampiro aprovecha la ocasión para asaltar el pubis. En pleno acto aparece su lengua rojiza que, con lúdico fulgor de ultratumba, estimula los órganos palpitantes; deseos incompresibles lubricaban el paso del éxtasis, el cual resultaba tan insoportable como delicioso para el alma de la delicada mujer. El vampiro chupa la fruta sudorosa durante horas. Cuando ya hubo trastornado el juicio de su aletargada víctima, clava los colmillos en los mulsos morenos para luego relamer unas cuantas gotitas de sangre; ese es su premio, un ritual penitente.
El vampiro mamón sale apresurado rumbo a su cripta -es tarde ya- tocándose la frente con la palma de la mano, se estremece, pues intuye que su gozo debe sentirse al otro lado de la vida, mientras él queda aquí, sólo, sabiendo que la compulsiva energía castradora no se rendirá jamás.
A pesar de su fragilidad, es imbatible ante el poder de los hombres, de la naturaleza, y lo sabe. A pesar del pleno poder que posee sobre la mente femenina, es insensible ante su amor, y lo sabe. A pesar de que reina en las tinieblas, sabe que podría ser presa fácil ante mínimos rayos de sol. Y entiende que debe aceptar lo ineludible.
Su parte medio viva se llevó el amor y el gozo, la fracción espectral atrajo para sí dolor y resentimiento; vive su anhelo de la vida, la sangre. La razón le flota a lo lejos, el instinto sostiene sus pies sobre la tierra. El gallo canta, el vampiro desea devolver al vació su integridad absoluta, da media vuelta, el sol lo quema definitivamente. Y así quedó absuelto de la injuria que una vez lo condenó. La luna irradia brillos celestes.
En su tumba, descansa en paz el gozo y el amor del último conquistador, su razón da vida a las flores que adornan su tumba; mientras que en la lejanía sufre su alma en el infierno. Y lo sabía, lo supo todo desde siempre.
Autor: David R. Morán
Tegucigalpa
noviembre 2005
Sale de su cripta, en plena noche de luna roja, el vampiro mamón, un medio-muerto medio-vivo que procuraba darle algún sentido a su lado interfecto, el cual habita sempiterno en la tierra de los mortales, así intenta olvidarse de la parte que extravió en el limbo, la que, verdaderamente, daría sentido su actual existencia. Lógicamente su naturaleza de ultratumba causaba sopor; todos le temían, era una leyenda.
Levita su sombra inmóvil por las calles desiertas de Las Minas, se aproxima con aceleración sigilosa. Entre sus largas y afiladas uñas un resquicio mentálico le abre los cerrojos de puertas, ventanas y enmudece la guardia de posibles sonidos delatores.
Entra en el aposento, sus lóbregos ojos se posan sobre la juvenil belleza femenina, misma que se somete, a pesar de su muda resistencia, a la voluntad del varón nocturno. Ante un repentino y extraño apetito se abren aquellas piernas, es cuando la pastosa boca del vampiro aprovecha la ocasión para asaltar el pubis. En pleno acto aparece su lengua rojiza que, con lúdico fulgor de ultratumba, estimula los órganos palpitantes; deseos incompresibles lubricaban el paso del éxtasis, el cual resultaba tan insoportable como delicioso para el alma de la delicada mujer. El vampiro chupa la fruta sudorosa durante horas. Cuando ya hubo trastornado el juicio de su aletargada víctima, clava los colmillos en los mulsos morenos para luego relamer unas cuantas gotitas de sangre; ese es su premio, un ritual penitente.
El vampiro mamón sale apresurado rumbo a su cripta -es tarde ya- tocándose la frente con la palma de la mano, se estremece, pues intuye que su gozo debe sentirse al otro lado de la vida, mientras él queda aquí, sólo, sabiendo que la compulsiva energía castradora no se rendirá jamás.
A pesar de su fragilidad, es imbatible ante el poder de los hombres, de la naturaleza, y lo sabe. A pesar del pleno poder que posee sobre la mente femenina, es insensible ante su amor, y lo sabe. A pesar de que reina en las tinieblas, sabe que podría ser presa fácil ante mínimos rayos de sol. Y entiende que debe aceptar lo ineludible.
Su parte medio viva se llevó el amor y el gozo, la fracción espectral atrajo para sí dolor y resentimiento; vive su anhelo de la vida, la sangre. La razón le flota a lo lejos, el instinto sostiene sus pies sobre la tierra. El gallo canta, el vampiro desea devolver al vació su integridad absoluta, da media vuelta, el sol lo quema definitivamente. Y así quedó absuelto de la injuria que una vez lo condenó. La luna irradia brillos celestes.
En su tumba, descansa en paz el gozo y el amor del último conquistador, su razón da vida a las flores que adornan su tumba; mientras que en la lejanía sufre su alma en el infierno. Y lo sabía, lo supo todo desde siempre.
Autor: David R. Morán
Tegucigalpa
noviembre 2005
7 comentarios:
Todos los vampiros que se precien son unos mamones. Conozco alguno que no es leyenda, que se ha forjado en las noches de neón. Y es que cuando vienen de ultratumba dan menos miedo que cuando salen de 50 metros cuadrados con ganas de pillar.
Fascinante relato...
Pues si.., yo también me he quedado anonadado con tu relato, en mi mente aún rechupeteo como un mamón, algunas de las escenas y secuencias que has imaginado. He de acabar de comprenderlas aún y con todo, habré de volver a leerlo. Muy bueno. Me encanta esa fotografía que te has buscado del vampiro más clásico de todos los clásicos, ese "Nosferatu "que hace sombra, a la sombra que nos acompaña. Ruego que no acabe por acompañarnos en nuestra propia condenación.
Hace no tanto tiempo fui vampiro de los que Luis conoce...dificil encontrar sangre de calidad :) now mis colmillos estan sin filo...
Impresionante relato David, hay vampiros que seducen y este es uno de ellos, aún cuando él no pueda adueñarse de esa seducción, grande es el pago para esas incursiones nocturnas.
Un fuerte abrazo como siempre para ti..
Hola amigo, no me gustan los vampiros, pero bueno todavia existen un beso
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