Neurótico que
tiende al fantaseo en las horas ociosas; luchador infatigable contra la procrastinación
y el infortunio del diario vivir. Dueño de su tiempo, pero que desprecia la
administración y, como todo buen indisciplinado, odia la contabilidad de las
letras; por ello nada le cuadra. Desprovisto de todo orden metodológico,
víctima del propio caos mental, no escribe porque puede, sino cuando puede y
como puede, pero, para su desgracia, no como debe. Hace caso omiso de los
consejos a solicitud propia, para no terminar siendo un remedo de sus colegas
amigos, otros seres extraviados en el mundo, cuya aspiración ingenua es la de
llegar a ser sabios, y estar clavados en la posteridad, como mariposa cruzada
por un alfiler, en una colección entomológica. Siempre se lee así mismo en los
renglones de otros y, por más que lo haga, poco es lo que aprende. Se repite
mil veces en distintas historias, se reviste en la ficción, jugando al
escondite, para quedar al descubierto por quien lo escruta; su mejor logro:
engañarse a sí mismo y a los que se le parecen. Casi siempre, sus lectores no
le superan en inteligencia y cultura; mientras quienes lo rebasan, no le leen.
Quienes lo adversan, callan; quienes le envidian, lo desacreditan; quien le
teme, lo persiguen, confiriéndole más valor del que merece. Su espíritu de
llevar la contraria lo torna insatisfecho con el mundo al que se circunscribe,
por ello, muere en el intento, reescribiéndolo, rescribiéndose, reinventando
cada momento que no puede ser vivido, sino ensayado por la divergencia de la
mente. Es un mojigato de la ortografía ajena, aunque su editor descuelle sus
barbarismos en secreto. Distorsiona la escritura para ser entendido, porque no
entiende de escribir bien, ser legible, escueto y limpio; eso es impersonal, y
lo suyo es escribir desde el egocentrismo hedónico, siempre redundante, irónico,
cacofónico e hiperbólico; para pavonearse entre los ingenuos con figuras que lo
delatan como un soso vanidoso, lastimero. Gana mucho dinero o se revuelca entre
los vados de la pobreza que produce, casi siempre, su incomprensión mediata e
infecunda melancolía. Es fuego o hielo, no cree, pues es incapaz, de vivir en
el reino de las tibiezas. En su pregón comete la osadía de filosofar entre
versos, o prosaica letra común, no yerra, sino que peca de ello. Por último, no
es un intelectual, aunque se declare o lo consagren, tan sólo aspira a ser un
alegre bribón y furibundo pendenciero, dueño de su propia arrogancia
encubridora, que lo abriga y, al final, le traiciona.
David R. Morán
Tegucigalpa
Marzo 2014.
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