I
“Amaneció como
siempre, con el viento del norte arrastrando aquel polvo que cada noche engulle
esta lóbrega ciudad. El Soplo es gélido
y se ve acompañado por el rocío no menos
apático, ambos calan en un espacio contra el tiempo y sin futuro. Al menos eso
dicen las voces diurnas –Trémulas y desconfiadas- que aún deambulan por los
puentes peatonales, en su ir y venir de edificio en edificio; caminando a paso
veloz las siluetas se cuidan del ambiente sicalíptico e infeccioso de las calles, hoy abandonadas
por sus antiguos usuarios. Ahora, tras una trepidante emigración urbana, fueron
invadidas por los Desplazados del Archipiélago de Centroamérica. Lo mayor parte
de los citadinos se fueron, si, a casusa
del temor a la locura, de aquel inexplicable delirio colectivo que los embaucó
a casi todos. Sucumbieron ante el dominio de lo incierto, dejaron a su suerte a
los pocos que tenían el ombligo anclado a las cloacas de la ciudad. La luz
solar se abre paso por la capa blancuzca de nubes amargas que obstaculizan su
candidez, así se prolonga la mañana, sin distinción del mediodía, hasta que
llega la noche, de nuevo con las ventiscas, con el polvo del desierto de
Yantea, cuando reinan las tinieblas que lloran la inexplicable lluvia helada,
mancillando el concreto y el hierro de por sí decadente.”
Del Capítulo I
Sería la
continuación de “El Desierto de la Revelación”, empleando el mismo “universo”
pero con personajes y trama diferentes (pues maté a casi todos los protagonista
de la anterior). En este caso Alexander Flamenco, un joven que es parte de un
grupo rebelde y supuestamente revolucionario, se cuestiona el accionar de su
grey al margen de toda moral y ética ¿El fin justifica los medios? Su consciencia
no lo dejaría en paz tras intentar
cumplir una arriesgada misión para la cual no está bien preparado: contribuir
al asesinato del empresario Jorge Travell.
Me decepcioné
tanto con el rechazo de la primera novela, que
ni me molesté en terminarla esta obra. Ahí murió la flor.
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