domingo, julio 28, 2013

La monja veloz.



Hoy fui a dejar a mi madre al convento de monjas de la Miraflores para una convivencia espiritual. Resulta que andaba con prisa porque se me hacía tarde para ir a la iglesia; en ese momento, una monja joven, con su hábito  blanco impoluto, salió del recinto a toda prisa. Deduje que ambos teníamos el mismo paradero, yendo con el tiempo encima, pues la joven en cuestión salió echa un cuete, y yo, luego de mi tarea de acompañamiento, salí tras de ella. No sé por qué diablos  me entró un instinto competitivo; así que me puse a toda marcha para alcanzarla, como si se tratara de llegar a una meta por el primer puesto. Soy de las personas que suele caminar rápido, pero esta monja superaba mi vertiginoso avance y eso no me lo podía creer. Así que, en una contienda cuesta arriba sin igual, los dos aceleramos nuestros pasos aumentando cada vez más la velocidad. Debo reconocer que esta monja era todo un correcaminos, pues tuve que emplearme a fondo, no sólo para darle alcance, sino también para rebasarla y llegar primero al portón de la iglesia. Le cedí el paso y ella me lo agradeció. 

Se podría decir que ingresé al lugar con la lengua seca y de fuera; afortunadamente la misa aún no había comenzado. Me dieron ganas de tirarme en una de  las bancas y quedar allí, postrado durante unos minutos para retomar aire, ya que mi fatiga era enorme. Mientras, la dichosa monja, sentada a lo lejos, estaba tan tranquila y fresca como si un céfiro la hubiese trasportado desde el convento a la iglesia.

¿Qué harán esas monjas blancas de Miraflores dentro de su convento? ¿Algún ejercicio cardiovascular? ¿Pilates? 

¡Por Dios! Será que me estoy volviendo viejo. A mí no hay monja en el mundo que me gane en las caminatas de velocidad. 

Saludos.

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