miércoles, mayo 08, 2013

Fragmento de la Novela (siempre inédita) “La Orquídea Roja”.

















Supuestamente, después de la desintegración de Honduras en dos territorios políticamente opuestos (Uno con sistema económico capitalista, y otro con sistema socialista), La cosas se ponen feas del lado izquierdo autoritario donde reside El supuesto “héroe”, Jonny de Malta, un joven psicólogo que labora en el más mediocre y pachorrudo hospital de su país. Se supone que la trama llevas toques cómicos llenos de ironías. En realidad De Malta tiene mejores aptitudes, como por ejemplo para el dibujo, y es un redomado friki;  pero, por enamorarse de repente, se integra a un proyecto secreto del gobierno destinado a cambiar la mentalidad de los ciudadanos, y así tener súbditos leales al poder. Se ilusiona de una chica llamada “Digviana” que, en las noches, expele un aroma delicioso. La joven es tan… tan…bueno, mejor lean este fragmento:




“Otro viernes para Johnny sin recarga de saldo, peor, sin la tarjeta misma,  gracias a la audacia de Violeta quien la retuvo durante el trascurso de la semana, a pesar de los afligidos reclamos del hermano mayor. Otro fin de semana sin la quiniela y su replicada desilusión dominical. Pese al fiasco, De Malta no permitiría que cualquier percance consumiera fácilmente su estoicismo, necesario para soportar el último día laboral que, desde luego, involucra la porfiada relación con su jefe. Un estilo de trabajo incómodo, pues Johnny temía adaptarse a la política pachorruda del hospital,  siendo domesticado en un circo de payasos sin vocación ni propósitos auténticos. Todo ello como producto de reconsiderar su posición en la institución ¿Pero qué destino le esperaba en Hibueras? A medida que caminaba por el largo pasillo en dirección a la oficina de Rogers, sosteniendo un vaso lleno de café humeante, aquella pregunta giraba a su alrededor desdibujando la realidad inmediata; se encontró imbuido en esa y otras conjeturas, mientras delegaba los movimientos corporales a la irracional magia del automatismo. Sin duda llegó al tope que una persona como él, según el Estado, era capaz de aspirar profesionalmente. El desempeño a lo largo de su carrera escolar, tan mediocre como irrisoria, no ostentaba los méritos suficientes para invertir más dinero público en su carrera. Sin embargo, la idea de atenerse a la licenciatura, al hospital de tercera y su nimia paga, coartando la posibilidad de costearse instrucción por esfuerzo propio, no lo hacían sentirse seguro, ni conforme. Una prematura culminación para una carrera aún con muchos años, y claro, deseos por reivindicarse, la madurez no llega siempre cuando se le necesita, sino pasado la época de las grandes oportunidades, le había dicho muchas veces. Johnny reconoció la ambición en el alma, aunque indefinida hasta los momentos, por superar el nivel de sus semejantes, pero la palabra ambición, en el lenguaje del Estado, era sinónimo de trasgresión, ante todo, de no contar con el aval de los sagrados intereses ideológicos del gobierno, quien nivelaba la riqueza individual e imponía el justo y precio de las cosas. ¿Tendrá razón el sistema en confinarlo como trabajador  en aquel hospital corrupto? Johnny se sometió a la duda y, por tanto, al riesgo que implica culparse: la autocompasión. Pero una presciencia lo distrajo del marasmo reflexivo y perturbador que, sin ánimo de llegar a una conclusión fija, termino por multiplicar las preguntas.

Johnny sin saberlo ingresó a la oficina de Rogers, para cuando puso la debida atención tenía la mirada fija en el librero, en contraste con la colección de barcos embotellados dispuestos por todo el lugar. Las maquetas resguardadas en aquellos frascos traslucidos, tan queridas por Bill, eran un tesoro invaluable, ya que con ellas expiaba su frustración y daban a los visitantes la sensación de estar encerrado en el despacho de un almirante.  Cuando Bill las armaba con meticulosa paciencia dejaba entrever lo distanciado que se encontraba de los problemas del  hospital. Pero De Malta en aquel momento no miró al jefe, se topó con una mujer: una joven que le daba la espalda mientras arreglaba algunos papeles del archivo de Bill. Maravillosa, fue la primera palabra que vino a la mente de Johnny. El cabello era liso y largo hasta la cintura, una pelirroja, según le pareció, auténtica, sin tinturas como lo reconocía en el cabello de Rose. Alta como Marcia, la esposa del Chiki, pero más esbelta y de silueta elegante, vestida con una blusa púrpura ajustada  que delineó su cintura angosta, escultural, replegada hacia abajo por largas y hermosas caderas revestidas por un ceñido jean de moda; tenía glúteos grandes y bien formados, casi coquetos y  dotada de piernas largas que, por los contornos, De Malta dedujo una complexión muscular firme sin ser exageradamente robusta. Una mujer bella como nunca vio antes. La joven se volteó al percibir que alguien la observaba de cerca, y al girar con rapidez sus cabellos se abrieron como abanico dejando que el sol se filtrara entre las cerdas, para darle un aspecto radiante que de inmediato paralizó a Johnny; creyó ser testigo de una escena salida de la pantalla de cine.  Le vino un pensamiento fugaz: el prejuicio desarrollado por la experiencia, lo preparó para toparse con una posible decepción, típico fin de las aventuras de Johnny. Pero, lejos de ocurrir semejante desengaño, el fenómeno cobró mayor intensidad al ver el rostro de la joven, preciso, blanco,  de labios carnosos y ojos picarescos, adornados por cejas seductoras y aquellos despampanantes ojos azules. Johnny no sabía clasificar aquel rostro, ya que le pareció un perfecto balance entre la inocencia adolescente y el poder erótico de una mujer experimentada. Se fijó en la piel, la materia de que estaba compuesta no parecía de carne, el origen, pensó, provenía del trigo trasmutado en pan y levemente bronceado sobre una braza candorosa. El rostro de la chica (no le podía faltar a una pelirroja) fue salpicado por pequeñas pecas, cuyo color y disipación jugaban con la perfecta simetría del rostro, como si el pintor de la magnánima obra viviente hubiera firmado con un pincel divino. Johnny sucumbió ante un intenso poder dual, lleno de amor y deseo, reflejado en el retumbar del corazón y la erección del falo respectivamente, y este se maximizó al apreciar los prominentes, firmes y orgullosos senos de la chica, su distintivo particular, dejando al desnudo, gracias al diseño de la blusa, la deliciosa hendidura fronteriza que divide ambos frutos.”

No la pude acabar, pues se me secó la inspiración. Ni modo. ;) Tengo este proyecto pendiente desde hace años.

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