Reseña sobre el libro.
“-Vivimos en
los pliegues magníficos de una existencia arrugada.”
Una parte de esa existencia universal es develada por
el poeta Juan Planas Bennásar (Palma de Mallorca, 1956), al menos la que le corresponde
descifrar sobre esos secretos entrañables de la vida, que sólo a través del largo viaje de la experiencia y su reflexión es posible interpretar con un penetrante
lenguaje poético. Aunque este ejercicio hermenéutico
no sea más que la sombra de lo verdadero, de lo que escapa a la posibilidad
concreta del ser humano: “El Poema escrito aniquila al poema ideado” es más que
justa para dejarnos una impresión enriquecedora, el objetivo final del arte.
El autor se sirve de pliegues poéticos para
confeccionar la estructura primordial de su obra; pliegues distinguibles,
entrelazados o mezclados, a dos voces se dirá, que evocan reflexiones
monologadas, versificaciones escurridizas de una consciencia oculta que llama
al ajuste más preciso y honesto, ya madurado. Es su sello particular.
“La sinceridad
del deseo solo es comparable a la del poema.”
Si para el lector esta obra no es un poemario porque
no cae en el rigor de la frecuencia del verso, favor remitirse a la siguiente
expresión del artista:
“-quien quiera
verso que corte los renglones por donde le plazca”. O si es acucioso, los
descubrirá invictos resguardados entre los mismos pliegues.
Como ya se
insinuó, Planas crea una travesía metafórica hacia el laberinto de los recuerdos, surcando la geometría del alma de las cosas; para ello elude la frigidez de la contabilidad materialista y gramatical
que imprimen el orden de nuestra cognición, nuestro hablar cotidiano, la
frontera del entendimiento. Orden que no siempre le cuadra al poeta en sus
cuentas íntimas para discernir esta aventura lírica y sapiente que nos traslada
al espíritu que inundan algunas ciudades de Europa y de otras latitudes.
Como en toda obra ávida de amor, pero también con su accidental
desembocadura, la melancólica tragedia romántica, no puede ser inspirada más
que por una musa, en este caso baldía, que truene el látigo que excite a los
corceles. Esta musa cuyas emanaciones eróticas sirven de eje por el cual se
irán enrollando los pliegues en la rueda del tiempo. La efervescencia del poeta
la dirige, procurando el ritmo y la velocidad necesaria, sin restricciones o
impetuosidades absurdas. La musa es la encarnación de una beldad magnífica, y a
la vez hiriente, común a casi todos los hombres, un arquetipo moldeado en la
herrería del pensamiento donde también se forjará la base de filosofías compartidas:
“-Pero
sólo somos lo que podemos ser.
Sobre esta
ambigua posibilidad trata toda nuestra filosofía.”
Vemos a
Planas, al poeta y al hombre (es la naturaleza trinitaria del protagonista)
lidiar con los recuerdos de La Musa en “La Ciudad de la Letras”, o mejor dicho
compuesta por letras, hasta que el
lector lo reconoce como un ángel caído en la vorágine de esas articulaciones urbanas
que una vez le consumieron. Por supuesto que nada puede gozar de distinción
sino es gracias a la luz y al prisma triangular que la filtra, creando entornos
alegóricos de hermosa composición, aunque no por ello dejen de ser invadidos
por ausencias y el dolor. Si bien estas aventuras de pareja parecen evocar
desde luego una inquietante juventud, la imagen del Padre figurativo, del
regidor y guardián del orden, de quien pone las piezas en el tablero cuya ira
engendrará el caos al golpear con los puños la mesa, el universo, persiga y
sojuzgue, siempre se podrá encontrar ese lado oscuro tras el ojo vigilante
donde pueda habitar la intimidad liberadora, pues, ya trascurrida, sólo quedará
de ella la “Arqueología Subterránea” de su propio recuerdo; que no es otra cosa
que el precioso contenido escarbado por el lector.
Entre tanto
pliegue carnal, volcánico, vivido a fuerza de extraños ritos; en el artificio
de la vida o de la muerte; en la confusa abstracción de las ideas que van a
parar incluso a sacos de basura; en esos pliegues ocultos se encuentra la
esencia de la vida y, a falta de una gramática acertada que las haga tangibles,
siempre tendremos la poesía para identificarlas con mayor deleite, sin
necesidad de precisiones mecánicas. La obra del poeta habla por sí sola y por
ello le trascenderá, en homenaje de todos aquellos que la inspiraron y seguirán
moviendo.
Gracias amigo Juan,
por enseñarme por donde anduviste. Allá a lo lejos.
David Morán.
Tegucigalpa,
Octubre 2015.
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