viernes, marzo 07, 2014

Un escritor




Neurótico que tiende al fantaseo en las horas ociosas; luchador infatigable contra la procrastinación y el infortunio del diario vivir. Dueño de su tiempo, pero que desprecia la administración y, como todo buen indisciplinado, odia la contabilidad de las letras; por ello nada le cuadra. Desprovisto de todo orden metodológico, víctima del propio caos mental, no escribe porque puede, sino cuando puede y como puede, pero, para su desgracia, no como debe. Hace caso omiso de los consejos a solicitud propia, para no terminar siendo un remedo de sus colegas amigos, otros seres extraviados en el mundo, cuya aspiración ingenua es la de llegar a ser sabios, y estar clavados en la posteridad, como mariposa cruzada por un alfiler, en una colección entomológica. Siempre se lee así mismo en los renglones de otros y, por más que lo haga, poco es lo que aprende. Se repite mil veces en distintas historias, se reviste en la ficción, jugando al escondite, para quedar al descubierto por quien lo escruta; su mejor logro: engañarse a sí mismo y a los que se le parecen. Casi siempre, sus lectores no le superan en inteligencia y cultura; mientras quienes lo rebasan, no le leen. Quienes lo adversan, callan; quienes le envidian, lo desacreditan; quien le teme, lo persiguen, confiriéndole más valor del que merece. Su espíritu de llevar la contraria lo torna insatisfecho con el mundo al que se circunscribe, por ello, muere en el intento, reescribiéndolo, rescribiéndose, reinventando cada momento que no puede ser vivido, sino ensayado por la divergencia de la mente. Es un mojigato de la ortografía ajena, aunque su editor descuelle sus barbarismos en secreto. Distorsiona la escritura para ser entendido, porque no entiende de escribir bien, ser legible, escueto y limpio; eso es impersonal, y lo suyo es escribir desde el egocentrismo hedónico, siempre redundante, irónico, cacofónico e hiperbólico; para pavonearse entre los ingenuos con figuras que lo delatan como un soso vanidoso, lastimero. Gana mucho dinero o se revuelca entre los vados de la pobreza que produce, casi siempre, su incomprensión mediata e infecunda melancolía. Es fuego o hielo, no cree, pues es incapaz, de vivir en el reino de las tibiezas. En su pregón comete la osadía de filosofar entre versos, o prosaica letra común, no yerra, sino que peca de ello. Por último, no es un intelectual, aunque se declare o lo consagren, tan sólo aspira a ser un alegre bribón y furibundo pendenciero, dueño de su propia arrogancia encubridora, que lo abriga y, al final, le traiciona.  

David R. Morán
Tegucigalpa
Marzo 2014.

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