Copiaros los unos a los otros parece el mandamiento más sagrado y obedecido con natural determinación en la historia del conocimiento. Su construcción se la debemos, pues, a esa milenaria como accidentada consecución de trasferencias de información, experiencias, incalculables interpretaciones y errores que se repiten en los engranajes del tiempo. El tema es sustento en la obra del escritor español, Luís Amézaga, que con engalanado humor y ecuanimidad desarrolla sus reflexiones narrativas.
El libro se divide de dos partes: En la primera, pasaremos a ver un curioso episodio en la vida de dos hombres que gravitan en ambientes completamente distintos; Odie, escritor acomodado, y Lander, un indigente que se escurre estoicamente por las calles urbanas, y que por alguna razón, indiferente a la pobreza, ha decido darle la espalada a la modernidad. El diálogo nocturno entre ambos, acontecido en el apartamento de Odie, teniendo como telón de fondo un espíritu, en apariencia, solidario, en realidad, muestra una profunda curiosidad que poseen el uno del otro. Dada la notoria diferenciación, emerge, pues, el vanidoso intercambio de interpretaciones de la existencia. Y no importa que tan disímiles puedan ser las vidas humanas, la concluyente siempre será que todas coinciden en un solo punto: La muerte.
Partiendo de la misma, ambos acuerdan un generoso como polémico intercambio de ideas (a las cuales el simpático Odie llama “robo”), o inspiración tomada de una célebre novela del escritor Osamu Dazai, libro portado casi como una suerte de agenda por el resignado Lander. Dada la naturaleza de la obra y vida del escritor japonés, el lector se podrá dar una idea de hacia dónde va los tiros en esta historia.
La segunda parte de la obra, es una ficción dentro de la misma ficción. Algo muchas veces ensayado en literatura, pero no por ello menos interesante. Se trata de un relato del propio Odie, llamado “El Gran Grano”. Un extraño, pero no menos morboso Reality Show, donde se encierran a un grupo de personas con padecimientos físicos y psicológicos en una casa, con el fin de que tal confinamiento, y la subsecuente desesperación, hagan florecer, y exponga, los males de cada concursante, para de esta manera despotriquen el uno contra el otro en pos de solazar a la audiencia.
Los personajes dibujados narrativamente por Amézaga, son, digámosle así, del mismo género que otros anteriormente desarrollados en su libro de cuentos titulado: “Vuelos Rasantes”. Así que “Los ladrones de ideas” vendría a ser como una discreta secuela de esas vidas a las cuales la felicidad parece vedada hasta en los propios sueños. No está demás mencionar la crítica social y el monopolio de las ideas por medio de los mal construidos derechos de autor que en ella reposa, así como el hecho de mercadear con la desgracia ajena, ambas a la espera de ser considerada por sus lectores.