lunes, marzo 24, 2008

Locura momentane


Tenía que venir Luciana Casserole a joder, precisamente hoy que todo el mundo estaba laborando de forma dinámica y eficiente. Pero ella, si, esa bruja frígida de linaje gorgónico, sentía la obligación de recordarle al personal bajo su mando quien gobernaba en el departamento. Caso contrario su puesto o, mejor dicho, su presencia no tendría ningún sentido. Entró de lleno y con fuerza al puteo histérico dándole ese enfoque tunante que humilla sin vacilación a cualquier asalariado con hijos e hipoteca. De nuevo ponía la típica cara de gallina de industria a la que se le atoraron los huevos por sobredosis de hormonas; imagínesela usted. Todo la sorprendía, incluso lo bien que se llevaban las cosas pero, a no, ella es escéptica y le resulta fácil desconfiar de todo aquello que huele a perfección. Había que chingar como fuera. Abrigaba la esperanza de encontrar un lápiz fuera de lugar, agudizaba su vista de azor en busca de presa. La metodología consistía en una simple técnica milenaria: darse a respetar irrespetando a otros gracias al estatus, recordando que nadie es indispensable.

Sin la menor jurisprudencia Casserole comienzo el reparto regaños a granel ajena de cualquier directriz o política de los tiempos modernos. ¿Para qué seguir los libros de la actualidad? No hay nada como la vieja escuela. Su plasticidad mental parecía haberse solidificado hasta la médula desde hace mucho tiempo. El único que se salvaba de semejante carnicería, como siempre, era el conserje cuaternario Gregor Pavlov. Un lameculo que, gracias a una parsimonia al borde de lo patológico, parecía arrastrar dos yunques dentro del escroto. Siempre atrasando el trabajo de los demás, y no le faltaba un pretexto idiota en la jeta para evadir responsabilidades. Semejante espécimen de empleado sólo podía compararse con un vil ácaro. A las compañeras de trabajo ya las tenía hartas con su mirada libidinosa de virgen frustrado.

Le tocó el turno a Claudia Bustillo recibir su ración de ignominia desmesurada. Trabajó duro poniendo al día ciertos asuntos contables esperando, al menos, una puteada de medio minuto. Por desgracia no fue así. La pobre Claudia, una joven bastante serena, disciplinada y sumisa, le tocó ingerir el plato estelar de la casa. No extraña que con este tipo de personas se ensimismen jefes de la catadura de Casserole, empecinados en convencer a los demás que las obsesiones y compulsiones que los dominan son una cualidad innata indispensable para ser buen líder.

Aquello sería una horrible masacre para cualquier ser vivo con inteligencia y ego. Los baños de Casserole dejaban el encuentro desafortunado con un asesino serial como una experiencia religiosa. El abuso psicológico rebotaba en los inmóviles espectadores al grado de dar vergüenza, una muestra de arrojo y una pizca de noción de justicia habrían sido suficientes para levantar la voz de protesta al unísono contra la neurótica. Claudia se vio otra vez víctima de las ráfagas huracanadas de su mandamás. La vieja ignoró que con el salpicar de su saliva la desafortunada joven parecía tocar fondo.

Claudia se reveló con un aire contestatario e iracundo que ninguno de sus compañeros pudo imaginar en ella. A tal punto que Casserole comenzó a tener serios problemas para ponerla ha raya. Resolvió ofrecerle el despido, pues su pericia para el autoritarismo daba evidencias claras de debilidad, un lujo inaceptable en su posición. Casserole decidió callarse y se dirigió a su escritorio para preparar lo que todos ahí supusieron. Se sorprendió al ver que no estaba sola y, antes que tomara asiento, Claudia agarró un enorme y pesado pisapapeles con ambas manos levantándolo sobre su cabeza. La jefa retrocedió pero la empleada ya le había golpeado en la sien con una de las filosas aristas del objeto. Igual, cayó sentada apretándose la cabeza del dolor. Claudia le asestó otro golpe en la cabeza. Sin mayor dilación le profirió otro, luego otro y otro parando su ataque hasta que vio correr sangre por la superficie del escritorio; manchada de rojo quedó una carta dirigida a un hijo que estudiaba en los Estados Unidos. Luciana Casserole no volvería a joder jamás.

El viejo Don Evaristo Bustillo esperaba furioso a quien le debía estar preparando la cena. Refunfuñaba cómodo en su sillón mientras escuchaba por la radio las noticas. Un informe narraba la muerte de una persona en pleno centro de trabajo. A Evaristo eso no le extrañaba, las probabilidades de morir asesinado en la calle eran mayores que ganar en la hípica. Observó el retrato de una pequeña niña colgado de la vetusta pared de su sala. Una persona con la vida por delante. Revisó la hora en el reloj, un temblor en el fondo de su barriga cervecera le indicaba que algo no andaba bien.

Autor: David R. Morán
Tegucigalpa 2008.

 



3 comentarios:

Luis Amézaga dijo...

Ni siquiera Luciana (hermoso nombre) es imprescindible. El mobbing tiene sus riesgos, y es que el afectado se ponga el cuchillo entre los dientes y se lance como los kamikazes.

Que espere la cena...

Tbo dijo...

El escrito es muy bueno, que vida laboral. Hay que joderse. En mi empresa siempre que no se puede hacer nada decimos..., "Es lo que hay". En fin, ya nos contarás en otro post, que tal le fue a Claudia en la trena (carcel), seguro que da para otro post.

David Morán dijo...

Camarada Tbo:

Por ahora no tengo intenciones de hacer una secuela de este relato. Pero si te interesa hay narrativa de ficción futurista en descargas de la sección etiquetas. Si no me mándame un mail que te envío algo.

Me que tengas chance para visitar este rincón.

Saludos
Saludos.